Otro
cuatro de Octubre nos recuerda a San Francisco, uno de los santos más
auténticos de la cristiandad, en el día de su encuentro con el Padre Eterno,
que ocupa en el santoral la memoria del santo patrón de Italia, para la onomástica
de los numerosísimos Franciscos y Franciscas que llevan el nombre del Serafín
franciscano.
Francisco,
que como otras personas llamadas por Dios para un especial seguimiento, comenzó
joven a cuestionarse su destino, su vida y sobre todo el seguimiento de Cristo,
y el cumplimiento de la voluntad de Dios. Algo en lo que, fruto de su profunda
conversión al Evangelio de Cristo, le posibilitó romper con los lazos de
afectividad familiar, que tenían un proyecto de vida para el joven Francisco
muy distintos de los que tenía el propio Señor en cuya plena confianza,
Francisco esperó con su total entrega, y ruptura con esos lazos familiares,
especialmente el paterno –que pese a su buena voluntad humana, no entendió el
camino de su hijo en pos de Cristo-.
La conversión
de Francisco conllevó una profundidad y una hondura en el rumbo que dio a su
vida en el seguimiento de Cristo, que le propició el seguimiento de numerosos
hombres y mujeres de todos los tiempos posteriores al santo de Asís, en un
peculiar y profundo carisma cristiano de fe recta, esperanza cierta y caridad
perfecta, sobre la base de la oración, la contemplación y adoración del
Misterio divino, cuyo reflejo supo verlo en la misma creación, y expresarlo
bellamente en el canto de las criaturas en alabanza plena a Dios.
Su total
entrega a la Providencia divina, su especial sensibilidad en la práctica de la
caridad con todos, su particular dedicación a los pobres, y su praxis vital
desde la pobreza y la minoridad, llegaron al “núcleo esencial del Evangelio”,
que Francisco trató de llevar a su vida, para seguidamente llevar su vida al
Evangelio, en una unidad de acción incontestable.
A ello
hubo de añadir la gracia que Dios le otorgó, dándole hermanos, muchos de los
cuales también vivieron dando testimonio de santidad, como la Iglesia lo ha
reconocido elevándolos a los altares. Siendo de especial relieve la figura de
Clara de Asís, contemporánea de Francisco, que en su seguimiento fundó las
“hermanas pobres” (actuales “clarisas”), como rama femenina del franciscanismo,
con especial dedicación a la oración y contemplación en clausura. De tal manera
que nacieron las órdenes religiosas franciscanas, que inicialmente se
vertebraron en tres:
- La orden de frailes franciscanos (que
posteriormente se articuló en “conventuales”, por un lado, “menores”, por otro,
y “capuchinos”, según particularidades en la interpretación de la regla
franciscana.
- La orden de religiosas franciscanas, que
fueron las “clarisas” (dando lugar también a grupos de religiosas “capuchinas”,
“concepcionistas”, etc.) que siguen el carisma franciscano femenino, de Clara
de Asís.
- La orden tercera especialmente dedicada a
seglares para vivir el cristinanismo según el carisma franciscano. Esta última
regla ha sido tomada en la Iglesia, no sólo por seglares, sino también por
algunas congregaciones de religiosas, como forma de vida de sus respectivos
Institutos religiosos.
En
definitiva, toda una estela de grandes frutos de fe, testimonio evangélico y
trabajo por la Iglesia el que dejó, como legado San Francisco, que junto a su
inmensa labor –pese a su corta vida- y la de sus seguidores, han llevado su
testimonio y forma de vivir a todos los rincones del orbe, donde se recuerda a
Francisco y a sus seguidores con especial simpatía y gratitud. No en vano, el
actual pontífice Bergoglio, quiso acoger su nombre para su nuevo estado de
pontificado, como doble signo de cercanía a los pobres y a la vida sencilla y
austera; y también, como signo de reconstrucción de la Iglesia para acercarla
más a Cristo, según el encago que del mismo Cristo recibió el santo de Asís de
crucifijo de la pequeña iglesia de San Damián.
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