La Iglesia celebró el pasado jueves la
festividad del “Corpus Christi”, que se pasa a celebrar este domingo, allá
donde no fue festivo el pasado jueves.
Este es una festividad muy popular, vinculada
tradicionalmente a la celebración de la primera comunión, normalmente de los
niños, pues la Iglesia nos pone la Palabra de Lc. 9,11-17 para meditar sobre el
profundo significado de estas palabras de Jesús, especialmente cuando él les
dice a los apóstoles –que le decían a Jesús de despedir a la gente después de
su predicación-, “dadles vosotros de comer”.
Estas palabras de Jesús, sumamente
consideradas con la gente que había ido en su búsqueda a escucharle, y que
consciente del esfuerzo y de las dificultades de muchos de ellos, tiene el
gesto de asistirlos, de atenderlos, de brindarles la atención de darles de
comer antes de que volvieran a emprender el camino de sus casas. En definitiva,
que no volvieran de vacío, ni espiritualmente –con todo lo que les había dicho
y predicado-, ni humanamente –conocedor de la dificultad de muchos de ellos-.
Algo que también revela en Jesús el profundo
amor que profesa por el ser humano, por las personas, en concreto, y que en coherencia
con ello, no se desentiende de lo humano, de las necesidades personales de los
que ama, en un gesto de profunda coherencia, comparte su pan, lo que tiene, y
hasta su propio ser (pues en la Eucaristía se entrega misteriosamente a
nosotros acompañándonos y fortaleciéndonos en la marcha por este mundo hasta el
encuentro definitivo con el Padre).
Así este día, viene a ser una continuación
del Jueves Santo –declarado día del amor fraterno-, pues supone la asistencia
de Jesús, y en consecuencia de los suyos –de todos los cristianos-, según
indicación dada por El a los Apóstoles (“dadles vosotros de comer”). Siendo un
momento en que también se dio un profundo gesto de amor y caridad.
Por ello, el seguimiento de Jesús –y
naturalmente la unión eucarística con El, a través de la comunión- nos lleva a
considerar tal gesto en profunda coherencia evangélica, y ello supone pues el
amor a Dios y el amor a los hermanos (considerando a los demás hombres como
nuestros hermanos), sin lo cual no tiene sentido nuestra fe.
Tal es el caso que no podemos desentendernos
del sufrimiento humano, de la injusticias, de las indignidades que se infligen
aún hoy día al ser humano, si queremos ser consecuentes con la fe de Cristo, y
queremos madurar en esa fe más allá de verla o vivirla como mero ritual.
Y al propio tiempo, hemos de considerar el
profundo Misterio Divino, de un Dios que se nos revela progresivamente, que se
ha revelado como Amor y Misericordia, que nos invita a seguirle en la persona
de Cristo Jesús para el encuentro definitivo, y nos envía al Espíritu Santo
para fortalecernos en nuestra marcha por la vida, en la que tropezamos, nos
despistamos, nos distraemos con pequeñeces, y nos llegamos a apartar de Dios,
pero El pacientemente sigue esperándonos, al tiempo que nos encarga la
maravillosa vida de amor fraterno, de desasimiento, de búsqueda, de proximidad
al otro, de acompañamiento y asistencia al hermano para un auténtico encuentro
final con Dios, cargado de sentido y profundidad que colme así nuestra
existencia.