domingo, 23 de febrero de 2014

EL PAPA FRANCISCO SIGUE MARCANDO EL RUMBO DE UNA IGLESIA MÁS EVANGÉLICA


Desde el acceso a la cátedra de Pedro del Cardenal Bergoglio, como Francisco, este ha marcado un rumbo claro, directo, valiente, coherente y prudente a la Iglesia Católica, que tras la muerte de Juan Pablo II, considerado por muchos eclesiásticos como Magno, y la extraña dimisión de Benedicto XVI en medio de escándalos y luchas curiales intestinas, ha traído un poco de aire fresco, de renovación y limpieza a una Iglesia que empezaba a esclerotizarse en la trinchera del miedo y del doctrinarismo pietista.
Así, a sus conocidas frases de que los pastores han de oler a oveja, o que los obispos han de alejarse de la idea del “obispo de aeropuerto” pastoreando sus diócesis, o que él mismo nunca ha sido de derechas,  cabría añadir también la última dicha por el nuevo Pontífice que ha advertido a los cardenales que no se incorporan a un Corte sino a la Iglesia, en la alusión a que eran considerados “príncipes de la Iglesia”, y para Francisco nada de eso resulta correcto ni adecuado con el Evangelio de Cristo, pues han de ser los servidores de la Iglesia de Cristo, ponerlo en práctica y ser coherentes con ello.
Siendo así que Francisco sigue marcando el rumbo de la Iglesia, de forma más coherente al espíritu evangélico, y al propio Concilio Vaticano II, que esperamos que con este Papa se dé la auténtica recepción del Concilio que quedó pendiente de llevarse a plenitud en los pontificados que le precedieron.
Pero en esto, el Papa obra con gran prudencia para evitar confrontaciones escandalosas entre las tendencias latentes en el seno eclesial que divide, desde el mismo Concilio Vaticano II, a los eclesiásticos, e incluso algunos movimientos laicos, entre conservadores y progresistas, según el carácter más o menos dogmático y doctrinario de los planteamientos que se defiendan, lo que lleva a una diferente comprensión eclesial, e incluso de vivencia de la fe, que podría dar lugar a una nueva reflexión conciliar; si bien, consideramos que en el momento actual no resulta tan urgente, pues lo lógico y apremiante sería desarrollar todo lo convenido en el Concilio Vaticano II. Sin perjuicio de reflexionar sobre la adaptación de temas morales a los nuevos tiempos, y con ellos alguna cuestión eclesial. Algo, que ya ha apuntado el Papa según las propuestas del cardenal Kasper de admitir a la comunión a los divorciados casados civilmente, que supone un importante avance en la caridad y gesto misericordioso de la comunidad eclesial hacia algunos de sus hermanos en estas circunstancias.
Sin embargo, la Iglesia como toda gran organización conforma una estructura que la articula y condiciona, cuyo aligeramiento para aliviar su condicionamiento sobre la misma Iglesia, tiene en estudio el Papa Francisco, encomendado a una serie de expertos.
No obstante, se aprecian críticas de distintos sectores de la Iglesia y extraeclesiales, sobre la acción de Francisco, por un lado, los más conservadores que lo critican por su aperturismo y su diáfano lenguaje de apercibimiento pastoral que lleva implícito una denuncia profética, que no acaban de ver (embebidos en una Iglesia medieval tridentina fosilizada en prácticas meramente pietistas y planteamientos dogmáticos); frente a estos, los más avanzados que creen que Francisco no avanza abiertamente, según obligan las necesidades de apertura, que va lento, y aún calla no pocas cosas. Estos guiados por un planteamiento activista y netamente humanista, acaso se apartan de la necesaria piedad que ha de mantener la Iglesia, para no caer en la trampa de evolucionar hacia una ONG, que Francisco también niega con razón y rotundidad.
Y por lo que respecta a los críticos extraeclesiales, que aducen que nunca un Papa hará cambios sustanciales, por ser producto de la propia estructura eclesial, no contemplan con razón histórica los grandes papas reformadores, que los ha habido en la Iglesia, de los que Francisco aparenta ser uno de ellos, traído por la acción del Espíritu para guiar su Iglesia en un ambiente cultural de gran apostasía o increencia generalizada, con la que también tiene que batallar la Iglesia de hoy, que por otra parte no es extraño a los propios textos y profecías del Nuevo Testamento.
A todos, habría que pedirles paciencia desde la fe, y/o prudencia, pues, hoy por hoy Francisco no se ha apartado del sendero de Jesús, sino que por el contrario está tratando de reconducir a su Iglesia a ese sendero, mediante actitudes y gestos de austeridad, pobreza, sinceridad, coherencia, y sobre todo mucha paciencia para poder ejercer la misericordia en la Iglesia y en el mundo, la que tiene Dios con toda la creación –obra de sus manos, que se ha ido desvirtuando por la acción pecaminosa del hombre, como venimos constatando en el curso de la historia, tanto en la Iglesia como fuera de ella, en el mundo en general-.

Por consiguiente, escuchemos y obedezcamos los consejos de este providencial Papa. No por casualidad elegido en esta difícil etapa de la Iglesia y del mundo, donde todo cambia a una velocidad de vértigo, y casi todo se precipita, sin que apenas subsistan seguridades temporales, ante un futuro incierto para el mundo, en el que los cristianos hemos de ser luz para iluminar la oscuridad del túnel en que nos tiene sumidos la vida, y fermento para animar a las realidades temporales hacia la convergencia del proyecto de Dios, la venida definitiva de su Reino en el mundo (reino de paz, de justicia, de igualdad, de fraternidad). Tal es nuestra fe.

martes, 18 de febrero de 2014

PENITENCIA PARA UN OBISPO DILAPIDADOR

             
            El Papa Francisco no ha tardado en apartar temporalmente al derrochador obispo de Limburgo en Alemania, Mons. Franz-Peter Tebartz-van Elst, tras conocer el escandaloso sobrecoste de su palacio episcopal (31 millones de euros), sobre lo que se ha constituido una comisión de investigación y auditoria de tan atípicas cuentas episcopales.
            Lo moralmente grave de tan escandalosa como pródiga administración de este Obispo alemán, además de la ingente cantidad dedicada a su palacio episcopal, para vivir como un “príncipe de la Iglesia” –que tal ha de ser su propia visión de su misión episcopal-, alejada de la pobreza evangélica y de lo que debe ser un estilo de vida sencillo de un pastor de la Iglesia de Cristo, no sólo es ese detalle no menor, sino el que el obispo de Limburg desvió 40 millones de euros de los pobres para su residencia.
            En efecto, según el diario alemán Suddeutsche Zeitung tanto el Obispo como su Vicario general idearon un sistema para utilizar dinero de la fundación “Obra de San Jorge”, fundación creada en 1949, sobre la que procuraron eludir los controles administrativos y las lógicas críticas por tan inmoral como pecaminosa actuación de la cúpula diocesana de Limburgo.
            Por tal motivo, el Papa Francisco fiel a sus convicciones morales y pastorales decidió retirar del cargo en octubre a este prelado aleman, si bien de forma temporal, mientras la comisión de auditores investigaba y aclarara la situación, que según parece está próxima a ser conocida.
            Junto con el cese temporal del cargo episcopal, el prelado dilapidador ha entrado en un monasterio de Baviera para iniciar lo que se ha dado en denominar, en ambientes eclesiásticos, como “un periodo de recuperación espiritual” de indeterminada duración, que esperemos le sirva de reflexión y penitencia de lo apartado que ha estado como servidor del Señor y de su Iglesia, en la que ha sido grave “piedra de escándalo”, y por la que Dios le juzgará, como nos habrá de juzgar a todos por nuestras obras.
            Ello no obstante, de confirmarse las sospechas iniciales, el Papa habría de cesar a este Obispo y apartarlo de la Comunidad eclesial, como está haciendo con otros eclesiásticos autores de graves escándalos para dar fin a actitudes erróneas y abiertamente separadas de la comunión eclesial de fe.
            Por otra parte, ejemplos poco dignos como el comentado, no han de escandalizar, más allá de su propio alcance y naturaleza, al pueblo creyente y no creyente, pues la condición humana es pecaminosa e imperfecta. Pero la Iglesia aparta a los pastores que no desempeñan su misión con espíritu evangélico, y sigue mostrando la “Buena Nueva” de Cristo, auténtico camino, verdad y vida que nos lleva al Padre. Que no debe empañarse por la acción de personas pecadoras, codiciosas, que se apartan de Cristo, sino todo lo contrario, la Iglesia como Madre vuelve a mostrar a Cristo y el camino hacia él, despejando dudas, conductas pecaminosas y errores humanos.

            Al tiempo que aunque en la Iglesia vaya mezclado el grano con la cizaña, es más lo positivo en su acción en el mundo, que los pecados que en su seno también cometen los hombres, pues la dignidad humana del hombre fue manifestada e iluminada por el Evangelio, la Caridad – Solidaridad de un verdadero sentimiento de fraternidad ha sido señalado y practicado continuamente desde la Iglesia a lo largo de la historia, con luces y sombras, aciertos y errores, pero lo importante es que el progreso hacia Dios es la constante de una Iglesia que camina en el destierro hacia la “tierra prometida” por Dios, en cuyo caminar nunca faltará la duda, la tentación, el pecado, pero también la virtud, la esperanza y la fe en el Dios que se ha revelado.

domingo, 16 de febrero de 2014

ARZOBISPO DE TÁNGER: ¡LO INACEPTABLE!


Reproducimos por su interés, profundidad y denuncia profética, la Carta Pastoral de Mons. Santiago Agrelo, un alegato a las autoridades europeas y españolas de la situación vivida recientemente en Ceuta. La carta está escrita desde sus más profundas convicciones evangélicas y franciscanas

A los fieles laicos, a las personas consagradas y a los presbíteros de la Iglesia de Tánger: Paz y Bien.

No te cierres a tu propia carne:
«No hace falta que nadie lo interprete, pues está dicho para que lo entiendan incluso los niños: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo”.Y después del mandato al alcance de todos, por si hiciese falta, se añade la razón que lo sostiene: “No te cierres a tu propia carne”. ¡El hambriento, el pobre sin techo, el desnudo, son “nuestra propia carne”!
No te cierres a tu propia carne”: Este único conocimiento bastaría para que fuese otra la política de las fronteras, otra la lógica de nuestros razonamientos, otra el motivo de nuestras manifestaciones, otra la matriz de nuestras preocupaciones, de nuestras aspiraciones, de nuestras quejas, de nuestras opciones.
No te cierres a tu propia carne”: Si entras por el camino de esta sabiduría, “romperá tu luz como la aurora”, delante de ti irá la justicia, detrás irá la gloria del Señor, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.
No te cierres a tu propia carne”, y el pan que compartes con el hambriento, te hará luz para el indigente, como es luz para ti el que, con su vida en las manos como un pan, dijo: “Esto es  mi cuerpo, que se entrega por vosotros”.
No te cierres a tu propia carne”: Sienta a los pobres a la mesa de tu vida, y tú serás para ellos la luz con que Dios los ilumina.
Y a cuantos una y otra vez me recuerdan que la Iglesia no es una ONG, una y otra vez recordaré que los pobres son “nuestra propia carne”, y que mi pan es su propio pan, y que la Iglesia es su propia casa.»
Ése era, queridos, el mensaje que había preparado para acercarme con vosotros al misterio de la palabra que oiremos proclamada en la liturgia del V domingo del tiempo ordinario; pero los acontecimientos reclaman transformar la suavidad de la exhortación en denuncia de lo que es inaceptable.

Lo inaceptable:

Es inaceptable que la vida de un ser humano tenga menos valor que una supuesta seguridad o impermeabilidad de las fronteras de un estado.
Es inaceptable que una decisión política vaya llenando de sepulturas un camino que los pobres recorren con la fuerza de una esperanza.
Es inaceptable que mercancías y capitales gocen de más derechos que los pobres para entrar en un país.
Es inaceptable que las políticas migratorias de los llamados países desarrollados, ignoren a los empobrecidos de la tierra, vulneren sus derechos fundamentales, y se conviertan en el caldo de cultivo necesario para que se multiplique en los caminos de los emigrantes el poder de las mafias que los explotan.
Es inaceptable que se reclamen fronteras impermeables para los pacíficos de la tierra, y se toleren permeables para el dinero de la corrupción, para el turismo sexual, para la trata de personas, para el comercio de armas.
Es inaceptable que una política inhumana de fronteras obligue a las fuerzas del orden a cargar la vida entera con la memoria de muertes que nunca quisieron causar.
Es inaceptable que el mundo político no tenga una palabra creíble que dar y una mano firme que ofrecer a los excluidos de una vida digna.
Es inaceptable que a los fallecidos en las fronteras se les haga culpables, primero de su miseria, y luego de su muerte. Ellos no son agresores: han sido agredidos desde que sus corazones empezaron a latir al sur del Sahara, hasta que se paran para siempre, antes en nuestra indiferencia que en nuestras fronteras.
Es inaceptable que el negrero de ayer perviva en los gobiernos que hoy vuelven a encadenar la libertad de los africanos, supeditándola a los mismos intereses y al mismo poder opresor.

Desde la impotencia a la esperanza:
Queridos: ante el drama de sufrimientos y muerte en que el poder ha convertido los caminos de los emigrantes, es difícil que apartemos de nuestro corazón sentimientos de frustración, de impotencia, de tristeza, de indignación. Pero nuestro compromiso con la vida de los pobres no nace de esos sentimientos, sino de un amor incondicional, un amor fiel, que a todos se nos ha manifestado, y que a todos nos ha reunido para siempre en el único cuerpo de Cristo.
No te cierres a tu propia carne”: no te cierres al sufrimiento de Cristo.
En este camino el poder no puede seguirnos. A él sólo le pedimos que sea justo. A nosotros el amor nos pide dar incluso la vida por el bien de los demás.
Y son muchas las cosas que, hasta dar la vida, podemos hacer: Tenemos la fuerza del amor y de la oración, una fuerza que es capaz de mover el mundo. Podemos hacer que los emigrantes no estén solos en su camino, y podemos dejar solos a quienes, gobiernos o mafias, les están robando la vida. Podemos compartir con el emigrante nuestro poco de leña, nuestro poco de agua, la última harina de nuestra vasija, el último aceite de nuestra alcuza. Podemos darles voz para que se escuche su grito, podemos llamar a las puertas de cada conciencia para que la sociedad reclame una nueva política de fronteras, y, con terquedad de discípulos de Jesús, podemos recordar a cada hombre que es su propia carne, también la de Cristo, la que, día a día, es condenada a muerte en las fronteras del sur de Europa.
Queridos: no me dejéis sin vuestra oración.


Mons. Santiago Agrelo.
Obispo de Tanger.

sábado, 1 de febrero de 2014

PRIMERA AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO CON LOS “KIKOS”

          

         El Papa Francisco ha tenido en Roma una audiencia con los Neocatecumenales (conocidos popularmente como los “kikos”), a cuyo frente iba su fundador Kiko Argüello, y le acompañaban medio centenar de prelados, en un acto en que se ha procedido al envío de “familias en misión” ad gentes, a las naciones del mundo.
                Este encuentro particular, que perseguían los responsables del movimiento neocatecumenal desde el nombramiento del nuevo Papa, que finalmente se ha producido casi al año de su elección, ha propiciado que el fundador del movimiento neocatecumenal –que tiene la aprobación definitiva desde el 2008, como itinerario de iniciación en la fe- le explicara al Papa el itinerario del mismo, y presentara a las numerosas familias que estaban dispuestas para marchar a los distintos países de misión en el mundo, que finalmente el Papa ha enviado con su bendición.
                De igual modo, el Papa Francisco ha agradecido –en nombre de la Iglesia- la disposición de las familias misioneras, reconociendo su ardorosa fe, si bien les ha hecho las recomendaciones que como “padre espiritual” correspondían, llamándoles a la comunión con las iglesias locales en las que se van a insertar, apercibiendo sobre la primacía de la comunión eclesial pese al sacrificio de aspectos carismáticos del propio movimiento. Algo que puede ser entendido, no sólo para la inserción en las iglesias locales de misión, sino también para la práctica diaria en las iglesias locales de procedencia y donde viven su fe las demás comunidades de este movimiento eclesial.
                Con todo es obvio, que el Papa ha respaldado con su presencia y bendición esta disposición misionera de este movimiento eclesial, al que ha expresado su gratitud por ello. No podía ser de otra manera. Si bien, tenemos nuestras dudas sobre si comparte plenamente el procedimiento de emplear familias enteras con hijos menores para una aventura humana de incierto resultado –que por muy providencialista que se sea, al implicar a menores, su bienestar, seguridad y desarrollo, habría de reconsiderarse por razones de prudencia, humanidad e incluso de operatividad de la propia misión-.
                Tradicionalmente los misioneros han sido religiosos y religiosas, pertenecientes a órdenes de la Iglesia, que asumían, preparaban y sostenían a los misioneros y a las misiones. No pocas veces, corrían penurias de todo tipo, e incluso peligros físicos, que asumían en el nombre de Cristo, incluso hasta el martirio. Pero esa decisión para que sea moralmente aceptable ha de entrañar una decidida voluntad de la persona, que opta por ese camino –fruto de una vocación, asistida por su experiencia religiosa-, caso que no se da en los menores que son llevados por sus padres –que deciden esta vida de misión, aventura, riesgo y hasta penalidades, arrastrando a sí a sus hijos menores, que no han tenido opción alguna-.
                Por otra parte, el resultado de una misión religiosa de personas que no tienen una preparación catequético-pastoral y/o teológica, ni tampoco cultural y lingüística, nos hace pensar que reducirá las posibilidades de su misión extraordinariamente, ya que a lo máximo que se aspira es a insertarse testimonialmente en una sociedad lejana, desconocida y de cultura extraña, en la que la integración es más que cuestionable a corto y medio plazo. Y posiblemente se genere cierto gueto o marginalidad de la familia misionera respecto de su entorno social, en el que no se les llegue si quiera a entender. A otro nivel, podría servirnos el ejemplo de la misión que los mormones llevan desde hace años en España, en que no acaban de insertarse socialmente, y su misión apenas progresa. Y eso, que en ese caso sólo emplean a jóvenes solteros, en vez de familias.
                Ya hay experiencias negativas de algunas de estas misiones, fracasadas en los objetivos pretendidos, y también en los medios, pues no pocas veces, la familia llega a un país extranjero sin medios propios (ni trabajo, ni posibilidades del mismo), cargados de niños a los que atender y asistir; en tanto que la ayuda económica de la comunidad de origen que ha de sostener la misión no tiene la suficiente entidad –por falta de aportes económicos- y apenas les llega el dinero, cuando no sufre extraordinarios retrasos, que lleva a la familia en misión a auténticas penalidades económicas. De hecho, se conoce algún que otro caso, de familias misioneras de kikos que han tenido que acudir a pedir ayuda a párrocos o conventos religiosos.
                Y todo ello, sin contar con los problemas que los hijos más mayorcitos van teniendo al vivir determinadas situaciones de sufrimiento económico, precariedad, y desarraigo, que les puede afectar en su desarrollo emocional personal y en su progreso académico.

                Por consiguiente, creemos que debería repensarse este tipo de misión familiar en la precariedad tan grande que conlleva, pues genera más sufrimiento que resultados, y sobre todo porque no parece moralmente justo someter a ese tipo de sufrimiento, riesgo y penuria a los hijos menores de edad. Acaso ese replanteamiento y rectificación pueda ser también un signo de humildad y humanidad en los dirigentes del movimiento neocatecumenal, de prudencia y responsabilidad en los matrimonios que dan este tipo de paso vital, y de reflexión moral paternal y fraternal en el resto de la comunidad eclesial.