lunes, 16 de diciembre de 2013

SECTORES CATALANISTAS DE LA IGLESIA POLEMIZAN CON LA CEE


La efervescencia catalanista que viven algunos sectores catalanes está haciendo estragos en lo que supone de pérdida del sentido de la objetividad, y de las propias cosas, pues en el seno de la misma Iglesia Católica (que por definición ha de ser universal) sectores catalanistas han reaccionado airadamente contra las declaraciones del portavoz de la Conferencia Episcopal Española que calificaba de inmoral el planteamiento del referéndum secesionista catalán.
Así estos secesionistas católicos, enajenados de chauvinismo patriotero, a los que la vista no les alcanza más allá de su propio campanario, llegan a discutir y rivalizar con el poder jerárquico de la Iglesia en España (CEE), con la que pretenden incluso que rompan relaciones los obispos catalanes, perdiendo así la necesaria y conveniente comunión eclesial, que prescribió el mismo Cristo (“ser uno, como el Padre y yo somos Uno”), y como advirtió el mismo apóstol Pablo, en la famosa alusión a que no nos mostremos separados sino unidos en el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia, en la que caben muchos carismas, a modo de formas de servir, pero una comunión en Cristo.
            Por otra parte, la CEE también habría de meditar bien sus afirmaciones en el sentido del respeto a todas las formas de cultura, y posibilidad de autogobierno justo de los pueblos y regiones españolas. Si bien, lo importante para el cristiano es el compromiso de servicio público para hacer presente el Reino de Dios en el mundo, y por ende un mundo más justo, más veraz, más solidario, más pacífico y fraternal.
            Algo a lo que poco contribuyen los enfrentamientos étnicos de los superados nacionalismos que son una abierta contradicción en este mundo cada vez más globalizado, con una proliferación de alianzas económicas y políticas, a modo de Federaciones y/o Confederaciones de Estados como es el caso de la UE, y demás Instituciones Internacionales de Gobierno y Cooperación del mundo para la mejora de la convivencia humana.
            En consecuencia, más allá de apasionamientos mundanos sobre consideraciones nacionalistas de porte político-etnográfico, en la que la Iglesia Católica se ha visto envuelta en no pocas ocasiones, hoy día la reflexión del cristiano ha de ser la de ver la creciente secularización de la vida, y su obligación misionera en el mundo, la reflexión de la presente crisis económica con el sufrimiento que conlleva, la pérdida de valores morales de convivencia, de solidaridad, el avance del individualismo, consumismo y hedonismo –como realidades contrarias a los valores evangélicos-, y sobre todo la renovación que la Iglesia actual necesita –según el Papa Francisco- para mayor coherencia.

            Y desde luego, lejos de todo planteamiento evangélico y eclesial sería caer en la trampa de luchas fratricidas entre hermanos en la fe, por el mero hecho de la defensa de una determinada manera de organizar la vida pública en nuestro entorno, elevando a categoría de absoluto moral lo que sólo es relativo, desde el punto de vista de una fe madura y coherente. Al punto de llegar al disparate de absolutizar lo relativo y relativizar lo absoluto, en un craso error que puede llevar indeseables consecuencias para la fe y el seguimiento de Cristo.