sábado, 26 de octubre de 2013

LA CONCIENCIA CRISTIANA CLAMA EN LA CALLE POR LAS INJUSTICIAS SOCIALES


Afortunadamente un sector de cristianos (compuesto por un centenar de sacerdotes, religiosos y laicos) ha clamado por la injusticia social que se está viviendo en España, que combina –en medio de una propaganda política falaz- el paro de casi un tercio de la población activa, la ruina económica de muchas PYMES con la ganancia de los especuladores y el incremento de la riqueza de los que más tienen, y todo ello con recortes sociales al tiempo que con préstamos públicos a la banca, que no tiene el menor escrúpulo en desahuciar a familias enteras que no pueden pagar las hipotecas por falta de trabajo.
Sin embargo, esa testimonial y meritoria manifestación ante el máximo templo de la Región (la Catedral) y del excelso Palacio Episcopal, sigue manteniendo en el más profundo autismo de un silencio cobarde –cuando no cómplice- a la mayoría de la jerarquía eclesial, y al conjunto de la Iglesia española, en bochornoso contraste con los testimonios públicos y valientes del Papa Francisco.
Y es que tal combinación de acontecimientos sociales habrían de cuestionar la más dura, dormida o aletargada conciencia individual, para salir del aburguesamiento individualista en que nos ha instalado la presente cultura utilitarista, individualista y consumista, que nos va a llevar “del engorde al colapso vital” con que pondremos término a nuestra anodina existencia de manipulados consumistas en una suerte de “masa dañada” o esquilmada por los halcones sociales de nuestro mundo contemporáneo.
Tal hecho, habría de habernos cuestionado a los creyentes, a la luz del Evangelio de Jesús de Nazaret, para habernos interesado por el prójimo más allá de la institucionalizada red de caridad o beneficencia social, que están desbordadas ante el dramatismo de la crisis actual. Pues a grandes males, grandes remedios. Y tal cosa, habría de pasar, primero por la denuncia de la injusticia –como foco de pecado y de mal-, para seguidamente alentar a presentar soluciones.
Sin embargo, la oficialidad eclesiástica sigue de perfil estos duros acontecimientos sociales, ignorando hasta todo el cuerpo de doctrina social (magisterio eclesial, nada especulativo) que tiene mucho que decir sobre los acontecimientos sociales que vivimos, y que alumbraría causas y aportaría soluciones. Pero parece que el planteamiento de nuestra Iglesia hispana no pasa de la moral individual, ya que no aborda la cuestión social con realismo y valentía, en unos silencios que le hacen digna del público reproche.
El Papa Francisco nos está señalando de forma clara y profética las prioridades de nuestra fe, la está redimensionando de forma conveniente según el Concilio Vaticano II, tratando de promover la recepción conciliar que se vio interrumpida en el pontificado de Juan Pablo II, y aún parece que dudemos de sus consejos y percepciones, cuando el clamor del sufrimiento del prójimo está presente y cada vez más extendido en nuestra realidad cotidiana, cerrando los ojos a esa dolorosa realidad, metiéndonos en “nuestra burbuja existencial” que egoístamente pide su prolongación en un más allá que ni siquiera merecemos, por no haber sabido ni querido, dignificar el “más acá”, y haber dado la espalda al “hermano sufriente”. ¡Cristo, desde luego, no lo hizo!.

Por tanto, dejémonos de ñoñerías y de ambigüedades, y tratemos de contestar en conciencia a la auténtica pregunta que nos habría de interpelar siempre a los cristianos (los de Misa y los de pocas Misas): ¿seguimos de verdad a Cristo?. ¡Que cada uno se responda con autenticidad!.

martes, 15 de octubre de 2013

MASIVA BEATIFICACIÓN, BAJO LA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL


La Iglesia española ha celebrado un masivo acto de beatificación de 522 víctimas de la guerra civil, todos ellos muertos por su supuesta defensa de la fe, en un conflicto fratricida que aún divide a la sociedad española, y también a sectores de la Iglesia.
Al abordar este espinoso tema, hemos de empezar reconociendo que toda guerra dura 100 años, que es cuando las generaciones que la han sufrido, junto a las que las han percibido por testimonios de familiares y antecesores suyos, concluyen por la desaparición de los mismos. Y a fe, que esto es cierto, pues los estragos de la guerra civil española se siguen viviendo y fracturan dramáticamente a la sociedad española aún a día de hoy –después de setenta años de su conclusión-.
Por consiguiente, ese desgarro social e inhumano que padeció la sociedad española, aún se conduele en las posteriores generaciones, que han conocido los daños sufridos por sus antepasados, por el relato de estos, y vivencias familiares comentadas en tal contexto. En tales términos, la emotividad aún a flor de piel impide un mínimo de racionalidad y análisis objetivo, o cuanto menos equilibrado.
Sin embargo, la Iglesia tiene el deber moral de luchar por la paz en el mundo, procurando que los cristianos seamos embajadores de paz, no de discordia. Y eso, se nos ha enseñado, que por encima de cualquier valor de justicia (de hecho, EL JUSTO murió en la cruz, fruto de la injusticia, a la que no contestó con violencia, sino con amor y perdón, encomendando a sus verdugos al PADRE), pues es la única manera de mostrar el perdón por amor fraterno, ante el que no valen cuentas pendientes.
 Por otra parte, es cierto que las 522 personas que murieron fueron víctimas del asesinato de hordas violentas, incultas la mayoría de los casos, que habían sido inoculadas de una ideología cainita –que propugnaba el exterminio del disidente-, que mostró en muchos lugares y momentos su esencia criminal e incívica, como fue el comunismo totalitario que se practicó en la URSS, China, Camboya, Vietnam, Corea, y cuya avanzadilla político-ideológica fue la España de los años treinta –que tenía su revolución social pendiente- y fue en el contexto de la guerra civil donde se puso en marcha esa revolución en clave anarco-comunista, que dirigió su acción exterminadora contra todo lo diferente, pues tal fue la tesis del reputado historiador Stanley G. Payne, en su conocido libro “El colapso de la República”, que de alguna manera ha sido corroborada por otros prestigiosos historiadores, como Paul Preston, o Javier Tussell. Por consiguiente, no parece justo que nadie se moleste por ceremoniar a las víctimas de aquel genocidio ideológico, de aquellas actitudes criminales al por mayor.
Ahora bien, no es menos cierto que la Iglesia –cuya jerarquía y parte del clero, en España, había sido utilizada por el statu quo socio-económico y político para legitimarse- colaborara en su labor de aquietamiento de un proletariado sin futuro, olvidando todo el corpus de moral social que la propia Iglesia predicaba a favor de los pobres, según el Evangelio de Jesús. Que pudo generar no pocas incomprensiones, y hasta odios sociales. Pues si la Iglesia de entonces, hubiera dado un testimonio más acorde con el amor fraterno que sustenta el Evangelio de Cristo, posiblemente hubiera sido mejor comprendida por el pueblo, y no hubiera sido foco de los ataques criminales de que fue objeto. Como así ha ocurrido en conflictos socio-políticos del subcontinente americano.
            Dicho lo cual, ¿qué problema hay en que la Iglesia beatifique a sus mártires?. Desde el punto de vista moral y legal tiene todo el derecho del mundo a hacerlo, pues las víctimas no murieron de pulmonía. Y nadie debería de sentirse agredido por ello.
            Ahora bien, es cierto que resulta socialmente incómodo, pues supone remover los viejos “demonios hispanos”, que nos dividen, que remueven heridas aún no cicatrizadas, pese al paso del tiempo, que muestra la división social española. Y en eso, la Iglesia, mensajera de paz y evangelizadora, que no necesita este tipo de ceremonias para sí, y que probablemente no fueran tan necesarias en la conmemoración del año de la fe, por pura misericordia a los agresores (que también fueron agredidos cuando perdieron la guerra, y probablemente ya llevan su penitencia vital, acaso sin saberlo), podría haber juzgado inoportuno tal acto, que aún setenta años después daña sensibilidades y divide. Y dado, que como dice la Biblia, “mil años son para Dios como un día, y un día como mil años”, postergar el acto en el tiempo cuando fuera realmente edificante para todos.
            Finalmente, no estaría demás que la propia Iglesia profundizara en el sentido de la santidad y sus procesos de canonización, sobre la base que el juicio es de Dios (no de los hombres), ya que ningún hombre sabe lo que otro lleva en su interior, ni el contenido del juicio ante el Altísimo. Y por otra parte, habría que reconocer que en la tradición bíblico-judía no se trataba esta cuestión, sino que se hablaba de los “justos” (personas que habían vivido de la fe en Dios tratando de hacer su voluntad), y que podrían ser ejemplos a imitar. Ese y sólo ese, debería ser el sentido de la santidad que la Iglesia proclama, sin más consecuencias de culto. Recuérdese que los procesos de canonización de santos se iniciaron en los primeros siglos de la Iglesia –consecuencia de las persecuciones y del martirio de muchos cristianos- que respondían al clamor popular de santidad de aquellas personas, algo que la Iglesia acogió y llevó a la práctica.


domingo, 6 de octubre de 2013

¿HANS KUNG DESESPERANZADO?


Hace unos días se dio a conocer una entrevista realizada al famoso teólogo suizo Hans Küng, que como octogenario enfermo de parkinson, llegó a afirmar que estaba considerando la posibilidad de recurrir a una especie de eutanasia que se practica en su país. Estas afirmaciones de este prominente teólogo, y sobre todo sacerdote católico, no dejan de causar perplejidad, en lo que representa una más que aparente incoherencia entre la fe y la praxis vital.
Küng tuvo una particular participación como perito en el Concilio Vaticano II y realizó una gran labor docente como catedrático en la Universidad de Tübingen hasta que fue retirado de la docencia teológica, en 1979, por su crítica al Papa Juan Pablo II, especialmente tras la publicación de la Evangelium Vitae acusando a la Iglesia de autoritarismo.
Su obra gira en torno a una idea principal: la convivencia de las religiones como paso imprescindible para la formación de una nueva ética mundial. Otro rasgo de su obra es la no equiparación de Jesucristo con Dios, en franca contraposición con la doctrina oficial de la Iglesia y de otros teólogos notables contemporáneos suyos, como el propio Ratzinger o Hans Urs Von Balthasar, para los que Jesucristo es Dios encarnado. 
Así, retirado de la docencia emprendió una importante labor de investigación teológica que ha dado lugar a numerosas publicaciones de gran calado, por su reflexión y profundidad que ha propiciado una prolífica producción entre las que destacan:
-          “En busca de nuestras huellas”.
-          “El principio de todas las cosas. Ciencia y religión”.
-          “Credo. El Símbolo de los Apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo”.
-          “Ética Mundial en América Latina”.
-          “El cristianismo. Esencia e historia”.
-          “El islam. Historia, presente, futuro”.
-          “El judaísmo. Pasado, presente, futuro”.
-          “Proyecto de una Ética Mundial”.
-          “La Iglesia católica”.
-           “Ser cristiano”.
-          “¿Existe Dios?”.
-          “Libertad conquistada. Memorias”.
-          “¿Vida eterna?”.
-          “La mujer en el cristianismo”.
-          “Una ética mundial para la economía y la política”.
-          “Grandes pensadores cristianos”.
-          “Mantener la esperanza. Escritos para la reforma de la Iglesia”.
-          “¿Tiene salvación la Iglesia?”.
Como seguidor de gran parte de su obra teológica, en la que pese a cuestiones vidriosas para la ortodoxia ha hecho auténticas aportaciones intelectuales, he de reconocer que sus palabras favorables a la eutanasia, hasta el punto de estar pensando en someterse a la misma ante el avance de su grave enfermedad, me generaron perplejidad y pena.
Perplejidad porque una persona creyente como Küng, en su profundo nivel de conocimiento filosófico y teológico, viene a posicionarse contra el común planteamiento eclesial en relación con la eutanasia, pues aunque se reconozcan razones humanas de fondo –especialmente relacionadas con la eliminación del sufrimiento que se considera inútil desde el punto de vista humano ante una situación terminal irreversible-, no es menos cierto que suelen conllevar una especial y radical negación a la Esperanza (que se derivaría de una fe providente).

Ya en su obra final, epílogo de su producción bibliográfica, en que el teólogo suizo relata sus memorias, se percibe a Küng herido en su existencia por el rechazo jerárquico de parte de sus tesis teológicas, que le llevó a la denuncia de autoritarismo y a emprender una permanente crítica a la Iglesia institucional, que podría llegar a considerarse profética –y en ese caso positiva- si se hiciera sin rencor, desde una actitud humilde de servicio, y desde una praxis vital coherente. Algo que en el caso de Küng no es del todo así, pues sus memorias aparentan un “memorial de agravios” y están enfocadas desde su mismidad superlativa, sin que deje apenas espacio a la duda o a la tesis contraria, sin ceder la posibilidad de razón y verdad al contrario, algo impropio de un pacífico espíritu cristiano, del que lamentablemente, este comentario suyo que viene a admitir la eutanasia es el colofón final de una persona biográficamente dañada que requiere mucha comprensión, al que probablemente la jerarquía de la Iglesia “barrió” con escasa piedad, pero cuya vida y entrega ha estado enfocada a la fe cristiana, en particular, al hecho religioso en general, y al estudio del Misterio Divino, por lo que la humanidad debe estarle agradecido. Si bien, resulta triste que el final de su vida en esta dedicación –aún crítico con una jerarquía eclesial, no siempre edificante- haya de estar empañada por un gesto que se pudiera entender públicamente como de desesperanza, por lo que esperemos y oremos por él para que finalmente no lo considere si quiera.

miércoles, 2 de octubre de 2013

“UN PAPA CALLEJERO”


Resulta evidente que el Papa Francisco ha conturbado al sector tradicionalista y conservador del catolicismo, que desde su sorpresa inicial está mostrando su rechazo, con manifestaciones de calculada ambigüedad como la de “Papa callejero” como lo calificaba un representante de un significativo grupo eclesial español, aunque después matizara su "descalificación" con la aclaración que le gusta estar con la gente.
De igual manera, la inquietud de la Curia romana por su futuro –especialmente de los “funcionarios curiales” y altos dignatarios vaticanos, se está transmitiendo a la organización jerárquica eclesial española, en el relevo al frente de la Conferencia Episcopal, institución puramente estamental –del clero-, de desarrollo de carreras “político-eclesiales”, pues apenas cumple otro fin que el de mostrar el poder jerárquico eclesial.
            Y es que el cerrojazo que Juan Pablo II dio a la recepción y desarrollo del Concilio Vaticano II –confirmado por el intelectualista pontificado de Benedicto XVI-, por el miedo a las consecuencias de una apertura conciliar acordada por el máximo órgano eclesial, ha traído una retracción doctrinal de la Iglesia, su atrincheramiento ante el mundo, y una línea doctrinal de tipo más cerrado, más integrista, menos dada al encuentro fronterizo, al diálogo con la gentilidad y el mundo. Naturalmente, la extensión temporal del pontificado del Papa polaco, le facilitó llevar a la práctica este giro, con una política de nombramientos episcopales y curiales de perfil tradicionalista, que se sentían llamados a mostrarse más papistas que el Papa.
            Con lo anterior, no queremos censurar el pontificado de Juan Pablo II, que tuvo muchas cosas buenas y positivas, especialmente su desvelo misionero –aunque llevado de forma personalista, al girar sobre sí especialmente en sus viajes-, su llamada al compromiso de los laicos, sus jornadas de la juventud, y una amplia doctrina magisterial plasmada en numerosas e interesantes encíclicas. Aunque, quizá su experiencia biográfica, al provenir de un país del “telón de acero”, le pudo precaver sobre la negatividad de cualquier acercamiento a tesis evangélicas que pudieran confundirse con una aprobación de tal aciago régimen totalitario como fue el comunismo. Y acaso por ello, cerró filas en el Vaticano para marcar distancia, que han dado como consecuencia otros efectos no deseables, especialmente con el paso del tiempo, como un “aparato de gobierno férreo” y conservador en el seno de la Iglesia, al punto de generar paradojas antievangélicas. Algo que el “bueno” de Benedicto XVI no fue capaz de evitar, y ni mucho menos eliminar, y acabó arrollándolo precipitando su honradísima dimisión.
            Por tanto, era muy necesario que el Papa Francisco marcara un nuevo rumbo, ante el excesivo escoramiento eclesial a posiciones impropias de sus tesis evangélicas, y sobre todo, que marcara un nuevo talante que acabe de posicionar a la Iglesia en el siglo XXI (la Iglesia no puede seguir viviendo en el medievo, o a lo sumo, con matices, en un principio del S. XX), ya que incumpliría el mandato conciliar y eludiría en gran medida su misión evangélica de acompañamiento y llamada testimonial, más que del proselitismo doctrinal. Y por ello, el Papa no ha dicho nada que deba extrañar a un cristiano de fe madura, aunque lo haya hecho con tal grado de realismo dialéctico y claridad que haya “dañado los castos oídos” de “cristianos viejos”, más acostumbrados a un lenguaje eclesial melifluo y educadito –que por cierto, no era el habitual en Cristo-.
            Además, si alguno predicaba y aseguraba la asistencia del Espíritu Santo a su Iglesia, tiene ocasión de verificarlo con esta designación papal, contra pronóstico, de Francisco, que además aunque haya venido de lejos, no viene de fuera de la Iglesia, sino que su vocación de sacerdote jesuita la ha venido plasmando en su vida con gran coherencia, influido profundamente por otros santos como S. Francisco, S. Agustín, y naturalmente, S. Ignacio junto con S. Francisco Javier. ¡No es ajeno al Espíritu evangélico, ni eclesial!.
            Que sus declaraciones y decisiones sorprenden. ¡Claro que sí..!. ¡Es valiente!. No se anda con “medias tintas”. Jesús tampoco lo hizo, según relata el mismo Evangelio, e incluso actuó con violencia (inusitada en El) cuando echó a los “mercaderes del templo”; e incluso afirmó que no había venido a traer paz, sino confrontación, pues sentía celo por el Reino de Dios, por hacer la voluntad del Padre. Y tal parece que sea la difícil tarea que tiene el Papa Francisco, con una Iglesia en decadencia, que sigue estamentalizada y regida por el clero, opaca en su interior, que en su estructura jerárquica transmite poco ejemplo y no del todo ejemplarizante, en cuyo seno ha habido escándalos / pecados graves (pedofilia, simonía, nepotismo, y soberbia, mucha soberbia), que han tapado las “obras de misericordia” frutos de la obra de Dios en el mundo. Una Iglesia “enferma” –que primero ha de sanar-, sobre la que teólogos de la relevancia de Hans Küng se preguntan incluso, si tendrá salvación.
            En estas circunstancias la “silenciosa apostasía” va creciendo, los pastores se desentendieron del rebaño y este anda desorientado y atraído por un mundo consumista, hedonista, individualista y utilitarista. ¡Nada más lejos del Evangelio!, que la Iglesia en esta situación, se ve impedida de transmitir con coherencia, fuerza y atracción. Por eso, requiere urgente cura, aunque sea la cirugía que Francisco habrá de aplicar. Pero sobre todo, requiere mucha humildad, diálogo (intra y extra eclesial), respeto y auténtica fraternidad (excluyendo cualquier tipo de manipulación).
            Así muchos de los que se sienten inquietos (porque pueden perder su “falsa seguridad” doctrinal, o de oficio) habrían de tranquilizarse, perder el miedo a tales mezquindades, ganar ingentes dosis de humildad, y ponerse a ayudar al nuevo Papa para que cumpla los designios divinos, en un momento histórico difícil, pero que confiado en la Providencia marque un verdadero rumbo evangélico de autenticidad y sencillez. Lo cual no supone abdicar de nuestros postulados esenciales de fe, ni mucho menos, como ha dicho un conocido articulista que se mostraba decepcionado con el Papa Francisco, al que esta nueva experiencia le puede estar invitando a una reflexión a la humildad, a que no lo sabía todo, y a madurar su fe (eludiendo falsas seguridades, que son más opiniones, que verdades infranqueables), pues Francisco no ha variado ningún pilar de la fe de Cristo y su Iglesia, sino que los trata de refrescar y evidenciar, frente a tanta “hojarasca” que los ha ido tapando con el paso del tiempo (y personales opiniones o sensibilidades, que no sustituyen al Evangelio), que viene a ser más ese “catolicismo de la contrarreforma”, que supuso una reacción doctrinal frente al protestantismo, y que con el tiempo se llegó a erigir en única sensibilidad católica, como también lo ha sido el “dogmatismo doctrinal” de la Escolástica –que sirvió en su tiempo, pero quedó desfasada ya en el S. XIX-, por los nuevos aportes filosóficos de la Ilustración y de los movimientos sociales obreros, que hicieron patente la necesidad de revisarla y buscar nuevas herramientas filosófico-teológicas para dialogar con el mundo, como lo intentó León XIII y el inconcluso Concilio Vaticano I, y acabó de vislumbrarse con la Nueva Teología de Ives Congard, Henrí de Lubac, Cheng, etc., que se recogió en el curso del Concilio Vaticano II, y cuyo desarrollo y recepción se interrumpió.

            Por tanto, dado que la fe es don de Dios que nos es otorgado en precariedad, el hombre ha de seguir indagando y acercándose al Misterio Divino para poder contemplarlo y encontrar sentido a su vida; siendo en este punto en el que la Iglesia ha de retomar ese trabajo, con humildad y oración, abierta a la voluntad de Dios, implicada en el acompañamiento vital a los hombres para anunciar el Evangelio y la instauración del Reino de Dios en el mundo (de justicia y fraternidad) que prepare las postrimerías divinas, dando razón de Dios, de la creación, de la existencia humana, sentido a la vida y Esperanza en la salvación. Ya que como decía Benedicto XVI, la Iglesia no está para sí misma, sino que ha de estar al servicio de Dios y del hombre.